La Jornada: “Ningún elemento de la PF preguntó siquiera por la salud de los niños”
Rosa Elvira Vargas
La mujer no podía contener las rabiosas lágrimas y, a pesar de su avanzado estado de gestación, desde la acera de enfrente espetaba a los uniformados: “¡Ustedes también tienen hijos, putos!”
Resumía así la ira que vecinos y electricistas sintieron ahí, al igual que en el resto de la ciudad y en las entidades donde daba servicio Luz y Fuerza del Centro (LFC), ante el excesivo uso de violencia del gobierno federal para impedir a estos trabajadores ejercer su derecho a huelga.
La asamblea en el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) dispuso plantarse ayer sobre todo en las instalaciones de la empresa donde se realizaban labores operativas y evitar –quizá ya muy a destiempo– el saqueo del material con el cual se instalan o reparan las líneas del fluido eléctrico.
Los sindicalistas cumplieron con la instrucción: al filo del mediodía se apostaron frente a los talleres de Mantenimiento y de Cables Subterráneos, en las subestaciones y demás. En tanto, dentro de cada sede, desde la madrugada estaban ya reforzados los agrupamientos de la Policía Federal.
La indicación fue que de manera pacífica lanzaran consignas, realizaran mítines, colocaran banderas rojinegras e impidieran la entrada y salida a esos lugares, lo que se realizaba simultáneamente a las acciones de su dirigencia nacional en las oficinas centrales de LFC, en el cruce de Marina Nacional y Melchor Ocampo.
Salvo detalles, todo ocurrió conforme a lo planeado. Unos 200 electricistas estuvieron todo el tiempo en las instalaciones ubicadas en Pensador Mexicano, alrededor de 600 sobre Camino a Santa Fe, en los almacenes centrales de Belén de las Flores, otros 500 en las instalaciones de Cables Subterráneos en Vértiz… y así.
Claro, menos en la calle de Simón Bolívar, donde los policías federales se desplegaron para cubrir la fachada del almacén de Cables Subterráneos y Taller de Mantenimiento. Y de un jaloneo con los trabajadores para impedirles colgar las banderas de huelga, que éstos repelieron lanzando piedras, de inmediato los uniformados pasaron a lanzar –desde la azotea– al menos seis granadas de gas lacrimógeno. La cuadra se nubló de blanco y los efectos sobre ojos, nariz y garganta fueron inmediatos para quienes se encontraban en la calle, incluidos los policías.
El gas se filtró en la escuela primaria Simón Bolívar –ubicada enfrente de las instalaciones de LFC–, en la vecindad que colinda con el plantel y, unos metros a la izquierda, en la guardería Integra –donde se atiende a niños de entre 43 días de nacidos y menos de cuatro años–, y afectó a la gente que comía en los puestos ambulantes de Fray Servando.
A esa hora –pasaba ya del mediodía–, los chicos de la primaria se disponían a salir, y tanto ellos como sus padres y maestros resultaron muy dañados. Los retiraron de inmediato, pero luego, con furia, los adultos se lanzaron a reclamar a los policías por su proceder.
En la guardería, con los primeros signos del químico, sonó la alarma. Se dispuso el desalojo inmediato de los bebés; las educadoras debieron cargar cada una hasta tres recién nacidos, y a llevar corriendo, en medio del pánico y la irritación, a los más grandecitos. A todos los ubicaron en el estacionamiento de un restaurante Vips ubicado en Fray Servando.
Además, a esa hora se encontraba durmiendo plácidamente, en la habitación que da a la calle, en el primer piso de la vecindad, Alexis Emiliano Hernández Saldaña, de dos meses, quien recibió dosis masivas del químico.
Para cuando su papá llegó por él y peleó con los policías que le impedían salir para llevarlo a recibir atención médica, de la boca le salía espuma. En ese mismo lugar se encontraba su prima Karen Vianey Saldaña Lozano, de ocho años, quien resultó con altos niveles de intoxicación.
A lo largo del día, Alexis Emiliano pasó para su atención por las instalaciones de Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas en Tlaxcoaque y Tlalpan, el Hospital Balbuena, el Pediátrico de Iztacalco, el Hospital de Xoco y el Pediátrico de Coyoacán, donde permanece internado.
Cansados, llorosos y con su rutina totalmente alterada, los niños de la guardería estuvieron casi tres horas en el estacionamiento del restaurante, hasta que en camionetas de Protección Civil del Gobierno capitalino y de la policía, así como en ambulancias de la Cruz Roja, los trasladaron a la iglesia de las Carmelitas, sobre Salto del Agua.
La operación fue coordinada por la propia directora de la estancia infantil y una funcionaria de la policía. El ambiente era tenso, pues no podían, por elemental seguridad, entregar ningún niño a los para entonces angustiados padres o abuelos que habían llegado. Todo tenía que hacerse en orden.
Y mientras las educadoras pedían que les llevaran al templo católico pan, leche, jamón y queso para alimentarlos, pañales para cambiarlos y consolaban a los que tenían miedo, sueño o necesidades fisiológicas, el responsable de la guardería informaba: “ningún elemento de la Policía Federal ha venido a preguntar siquiera cómo están nuestros niños…”
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